
Los efectos psicológicos del LSD son impredecibles, puesto que dependen del estado de ánimo de la persona que lo utiliza, el contexto, la dosis, personalidad y expectativas. Así pues, pueden tener desde lo que podría llamarse una experiencia mística hasta experiencias aterradoras. El LSD no produce adicción ni daños cerebrales y su toxicidad es baja.

La capacidad para alterar la mente del LSD fue descubierta accidentalmente en los años 40. A partir de entones, los científicos comenzaron a estudiar los efectos de esta sustancia, buscando sus posibles aplicaciones en medicina.

Los psiquiatras de la época, dominada por el psicoanálisis, vieron en el LSD un modo de desenterrar aquello que se encontraba oculto en el subconsciente para que pudiera acceder a la conciencia durante la psicoterapia.
Así pues, durante las dos décadas siguientes se estuvo experimentando con el LSD. Sin embargo, su utilidad no resultó ser muy elevada, mientras que se vio que podría ser una sustancia peligrosa, debido a que puede producir psicosis y a que altera el juicio, pudiendo predisponer a una persona a accidentes o la muerte.

En los años 60, el doctor Timothy Leary, quien acuñó el término
psicodélico, fue fundamental a la hora de popularizar el uso de esta
droga. Tanto la marihuana
como el LSD se convirtieron en un modo de revelarse contra el sistema,
de manera que cuanto más se oponía el Gobierno al uso de estas drogas,
más populares se volvían.

Poco a poco, el LSD empezó a perder popularidad debido a los "malos viajes" que provocaba en ocasiones y a que la gente podía acabar haciendo cosas peligrosas bajo su influencia, como lanzarse desde lo alto de un edificio pensando que podían volar.
En los años 70 y 80, el LSD era una droga poco utilizada, pero a mediados de los 90 volvió a resurgir entre los adolescentes y adultos jóvenes.

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